14 junio, 2012

El médico Humala y el diagnóstico de los conflictos sociales



Uno tendría que estar loco o ser un irresponsable para, sin ningún motivo, protestar en la calle, bloquear carreteras, hacer una huelga en su trabajo y poner en peligro su vida frente a un numeroso grupo de policías dispuestos a disparar a la menor provocación. Si miles de personas están dispuestas a hacer todo eso, obviamente hay una gran razón que los conminan a movilizarse y arriesgar sus vidas de esa manera.
Una razón donde está involucrado el destino de sus vidas. Entonces tomar una medida tan desesperada como la protesta no es una “locura de radicales o extremistas”, sino que muchas veces es la etapa siguiente cuando el diálogo ha fracasado. El problema se agrava cuando esta protesta se torna en violenta y polariza a todos los sectores. 

 Los miles de peruanos que en los últimos meses han salido a las calles a expresar su descontento no lo han hecho porque están locos o porque hayan sido manipulados, como quieren hacernos creer algunos voceros del gobierno y de la derecha más insensible. No existe una conspiración mundial de los movimientos políticos de izquierda, ni de líderes radicales, ni de las Ongs tildadas de caviar. Las voces y acciones de protesta, ya sea en Bagua, Cajamarca o Espinar, siempre han sido un síntoma de que “algo” sigue sin funcionar en el país. Hay algo que está fallando en ese rollo que nos quieren vender sobre las altas cifras macroeconómicas que nos llevarán a ser del Primer Mundo. Algo falla en esa “Marca Perú”, símbolo marketero de país “exitoso”. 

 El Perú sigue siendo un país enfermo, socialmente hablando. Los crecientes conflictos sociales en el país son como esa fiebre que nos hace sentir fatal y que va aumentando poco a poco. Una fiebre que nos alerta que hay alguna infección o virus ─o algo peor como un cáncer─ en nuestro cuerpo, y que necesitamos ir al médico para que detecte cuál es el mal que nos aqueja. Tomarse una aspirina o un Apronax (disculpando el cherry) es un tratamiento que solo servirá como un paliativo y que no es una solución a largo plazo. Y eso es precisamente lo que en la actualidad están haciendo varias autoridades gubernamentales, que en lugar averiguar las causas de la enfermedad, pretenden poner parches o amputar el órgano afectado (léase arrestar o disparar a los manifestantes) creyendo que así el paciente sanará y seguirá viviendo. 

 ¿Cuál es la mejor manera para diagnosticar la enfermedad? Cuando vamos al hospital o a una clínica, el primer método que usa el médico es preguntarnos: “¿Dónde le duele?”. Sin embargo al gobierno central parece que no le interesa preguntar sobre el dolor que aqueja al paciente. Muchas autoridades ─y también cierto sector de la población─ creen a ciegas en las radiografías que tienen en mano (lease cifras macroeconómicas), cuya conclusión es que el paciente no está enfermo y que al contrario, está rebozando de salud. Esas radiografías se convierten en una especie de dogma, que convence al médico de que las quejas del paciente se deben a que alguien lo ha manipulado para pretender que está enfermo. Y cuando el médico no quiere creer en los dolores de su paciente, prefiriendo hacer caso solamente a las radiografías, entonces tenemos un problema. 

 Y es que muchas veces hay enfermedades que no se detectan mediante tomografías o exámenes de sangre. ¡Cuántos capítulos más del Dr. House tienen que ver para darse cuenta que se deben analizar adecuadamente los síntomas para obtener un buen diagnóstico! El paciente esta tosiendo sangre y si el médico sigue sin creer en la existencia de los síntomas, lo que está haciendo es dejar que el paciente se muera. 

 La injusta redistribución económica, la lenta ejecución del canon minero, la contaminación ambiental, la pobreza generalizada en las regiones donde existen industrias extractivas y otros problemas más son reflejo de una falla en el modelo extractivista de materias primas. ¿Se solucionará aumentando el canon a las poblaciones? ¿El paciente sanará resolviendo la contaminación ambiental? ¿O acaso la enfermedad es provocada precisamente por el azaroso estilo de vida (léase visión de desarrollo extractivista) que lleva el paciente? Tenemos que detectar bien cuál es la enfermedad para decidir el mejor tratamiento. 

 El médico anterior tenía un diagnóstico extremadamente discriminatorio: que el paciente era un “perro del hortelano” que no comía ni dejaba comer. Es decir que en lugar de médico decidió comportarse como un veterinario y su insensible receta fue una correa y un bozal para no escuchar los quejidos del paciente. Un derrame hemorrágico llamado Bagua le estalló en la cara a ese soberbio médico. Esperemos que el actual doctor ─salido de las canteras militares─ no siga cometiendo el mismo error y empiece a dialogar con el paciente. Que no piense que estamos en un campo de batalla. Que no piense que el mejor tratamiento es amputar en lugar de curar.




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